Desde que llegué a esta ciudad, rica en arte callejero, hubo una instalación que llamó especialmente mi atención: una serie de líneas pintadas en el asfalto que delimitaban lo que parecían las áreas de una vivienda, con sus nombres y todo. Algo así como en la película «Dogville», de Lars Von Trier.

Por coincidencias de la vida, conocí al ideólogo de esta instalación, Phillip Weiss, un polifacético artista boliviano que me contó el origen y significado de la misma. Según parece, la calle Tarapacá terminaba en esa casa, que, como tantas otras en la ciudad, fue demolida para que la calzada se juntara con la calle General Achá. El colectivo español Basurama, en uno de los talleres organizados en el marco del CONART Process, propuso una acción en esa zona, y la idea de Phillip fue seleccionada para su ejecución.

Weiss se preguntó: «¿Por qué no dejar testimonio de lo que una vez hubo aquí, de forma que conviva con lo que hay ahora?». Dicho y hecho, el equipo se puso manos a la obra y el resultado fue esta instalación permanente, que incluye elementos de stencils y empapelados en los restos de las paredes interiores.

Lo que llamó mi atención, y que ha sido lo que ha generado esta entrada, es que hace un par de semanas, coincidiendo con la delimitación de los carriles de la calle Tarapacá por parte de la alcaldía, aparecieron unas extrañas siluetas de figuras junto a la instalación. Parecían mostrar figuras humanas, tal vez indígenas, y caballos salpicados de sangre. Unos nombres de mujer («Hermanas Parrilla», «María Teresa», «Rosa») coronaban esta ampliación de la obra callejera.

En opinión de Phillip Weiss, «lo mejor que le puede suceder a una instalación es prolongar su vida con la aportación de otros artistas callejeros, anónimos en este caso. La memoria es efímera, y cualquier esfuerzo que la prolongue, aunque sea durante un breve lapso de tiempo, merece la pena». Weiss ignora el significado de las siluetas, así como de los nombres. El viejo caserón que se levantaba en la zona albergó muchas historias, y no se sabe si los nombres de mujer escritos pertenecieron a alguna ilustre habitante. Los más ancianos del lugar cuentan que aquella casa era un trasiego constante de personas que compraban pan ahí mismo, pero nada queda de aquellas vidas que un día habitaron una casa que, años después, inspiraría una obra de arte callejero en la ciudad de las muchas caras artísticas.

2 comentarios para “Dogville en Cochabamba

  • Pe

    ¡Cuánto tiempo sin entrada!

    Lo de las mujeres recuerda a las siluetas que hace la policía al retirar un cadáver, quizás murieron mujeres en esa casa o algo así.

  • Eynar Oxartum

    Caramba, eso es lo que se dice una casa fantasma… me gustan los detalles que nos cuentas.

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