Hace diez años viajé por Latinoamérica en compañía de mi mochila, mis cuadernos, mis pensamientos y algún que otro viajero ocasional. Dejé mi trabajo en una agencia de publicidad para realizar aquel sueño, una decisión que no fue fácil, ya que mi posición en dicho puesto de trabajo era muy bien considerada por mis excompañeros y los clientes. Durante ese viaje, tuve muchos momentos para pensar. Y, obviamente, varias de las preguntas que más rondaban mi cabeza eran: «¿Qué viene después de este viaje?», o «¿Cuál es el mejor trabajo del mundo?», o «¿Cómo me gustaría que fuera mi trabajo soñado?»
Aquí me tenéis en esta foto, en Bocas del Toro. ¡Ay, qué tiempos, los de fotos de pies en las playas! Recuerdo que me tomé esa foto como una broma siguiendo esa moda. Eso sí, en aquel momento ni siquiera estaba pensando en mi futuro, pero hoy esa imagen me sirve para ilustrar algo que me parece significativo. Hagamos un juego de imaginación: ¿te visualizarías a ti mismo/a en ese entorno, trabajando con una computadora sobre el regazo y estas vistas privilegiadas? ¿Sería así el mejor trabajo del mundo? De hecho, si abriste el enlace y llegaste hasta aquí, tal vez la imagen tuvo algo que ver, porque, sea o no nuestro sueño, hay algo muy atractivo en visualizarnos a nosotros mismos haciendo cosas ordinarias en entornos paradisíacos, como si desafiáramos al tedio. Nos gusta jugar a imaginar que hacemos algo parecido a lo que siempre hemos hecho (tal vez responder emails, hacer un diseño, escribir un texto, etc.) ganando dinero, entre baño y baño en el Caribe.
Lo confieso: por aquel entonces, mi trabajo soñado, idílico, era poder vivir viajando, monetizando alguna actividad que me permitiera moverme de un país a otro, sin preocuparme por ahorrar, porque no lo necesitaría, ya que sería feliz con lo puesto. Llamémoslo volar. He rozado con los dedos ese estilo de vida, y sí se parece mucho a la plenitud laboral, pero cuesta sacar las variables mundanas de esa ecuación. Hoy en día (y más desde que ha cambiado el mundo con la pandemia de la COVID-19), ha cambiado mucho mi concepto de trabajo idílico que podría de ilustrar esa foto. O la que viene a continuación:
Hoy cuesta mucho encontrar un trabajo a secas donde no tengas que bregar contra la competencia, la edad, el síndrome del impostor (propio y ajeno), la precariedad de las ofertas… Para más inri, mis últimas experiencias laborales me han demostrado que estoy más lejos de ese volar. En otro momento escribiré sobre la contradicción de lo que a uno se le exige en un trabajo frente a lo que encuentra realmente. Digamos que a los copys nos exigen palabras perfectas para vender, a la vez que nos tatúan esa falacia de «Una imagen vale más que mil palabras», tal vez para condenarnos a la idea de que, de alguna manera, somos prescindibles.
Sé que soy tan exigente como imperfecto. Y sin duda, habrá actitudes laborales mías que los demás consideren mejorables. Pero pienso que hay factores que han contribuido a diluir la eficacia en los trabajos. En ese caso, para debatir conmigo mismo, las preguntas adecuadas serían otras. ¿Qué querrías conseguir en el trabajo perfecto? ¿Tiempo libre? ¿Un salario holgadísimo? ¿Poder viajar? ¿Poder escribir emails de tres párrafos? ¿Tener compañeros que te den mil vueltas en todo y aspirar a crecer junto a ellos? Yo me voy a mojar: en 2021 aspiro a que alguien diga: «Pablo, te estábamos buscando justamente a ti». Ni más, ni menos.